IDEAS

¨¿Para qué demonios sirve la presidencia?¨

Una reflexión sobre el poder, la autoridad y la sed que tenemos de un liderazgo efectivo en tiempos de crisis.

Por Daniel López Hincapié


En los momentos de mayor desequilibrio es cuando se requiere un balance entre la autoridad y el liderazgo. La autoridad debe garantizar los servicios básicos, mientras la gestión del liderazgo permite generar exploraciones, innovaciones y transformaciones a los grandes desafíos sociales.

Era la noche del 26 de noviembre de 1963 y el recién nombrado presidente de los Estados Unidos Lyndon B. Johnson, debía pararse frente al congreso en el que sería su primer discurso a tan solo cuatro días de la muerte de su antecesor, el presidente John F. Kennedy. Johnson, un fiel servidor de Kennedy, estaba convencido que la mejor manera de honrar su legado era continuar con la ambiciosa agenda de transformaciones propuestas al inicio de la administración.

Caminando al atril a dar su discurso, uno de sus asesores, consciente del contenido del discurso, le recomendó no tocar el tema de los derechos civiles de los afrodescendientes, dado que el congreso y la cámara estaba conformada en su mayoría por sureños que no tenían ningún interés de abolir los residuos constitucionales que había dejado un periodo oscuro de la historia americana: la esclavitud.  Su asesor aducía que hablar de los derechos civiles en su primer discurso era arriesgado y podría ser tomado por algunas facciones como una provocación, afectando su capital político para una eventual contienda electoral. Johnson, consciente de los riesgos, pero fiel creyente que las dignidades son para liderar las transformaciones necesarias como sociedad, respondió lo que se convertiría en una de sus frases más famosas durante la presidencia: ¿Entonces para que demonios sirve la presidencia?

Ese discurso sería el precursor de lo que se convertiría, en 1964, en la Ley de los Derechos Civiles: una ley que eliminaba cualquier tipo de discriminación constitucional contra las personas producto de su credo o raza.

La pregunta que se hizo Johnson hace más de 57 años, sigue siendo relevante en la actualidad y es una de las preguntas que siempre les hago a mis clientes (ejecutivos de importantes empresas en Colombia y América Latina), intentando generar una reflexión sobre el rol de la autoridad (presidencia) en cada uno de los contextos donde ellos de desenvuelven y es la misma pregunta que me gustaría que guíe la reflexión durante la lectura de este texto. ¿Para que sirve el poder qué tengo? ¿Este poder ha aumentado o disminuido ante la actual coyuntura del Covid 19? ¿Es el poder lo mismo que el liderazgo?

La autoridad esta presente en todos los entornos, inclusive en la biología. La historia nos ha demostrado que se requiere autoridad para guiar los procesos de ordenamiento social. Jean-Jacques Rousseau, lo llamaba el contrato social, ese acuerdo tácito en el que el ciudadano renuncia a las libertades propias de vivir en un estado de naturaleza (sin ningún tipo de autoridad) a cambio de unos derechos. En medio del contrato se aceptan de forma tácita la existencia de una autoridad, normas morales y leyes que permiten el correcto funcionamiento de una sociedad. Esta autoridad conferida a un Estado no es perpetua, por el contrario, es dinámica en el marco del contrato social, el cual se puede modificar por los ciudadanos en cualquier momento si no se llegan a cumplir las expectativas y derechos prometidos por la autoridad.

La biología también nos muestra ejemplos de una autoridad dinámica: las manadas de lobos, gorilas y otros animales. Por lo general las manadas siempre tienen una figura de autoridad, aceptada por los miembros de la manada para su correcto funcionamiento y ordenamiento social. Se trata, sin embargo, de una autoridad que constantemente se ve retada por otros miembros de la manada de no lograrse cumplir las expectativas y el bienestar de todos sus afiliados. La autoridad y el poder con conceptos que van ligados a la gestión de las expectativas sociales. Cuando estas se dejan de cumplir, la autoridad se ve afectada y es ahí cuando empiezan las movilizaciones o protestas entre múltiples formas existentes para expresar el inconformismo.

Tanto en la sociedad como en la biología, la autoridad es un concepto dinámico e iterativo que requiere mucho más que poder para ser mantenido y es ahí cuando el liderazgo en contextos tan cambiantes cobra sentido. Las épocas de reyes y señores feudales que tenían el poder a perpetuidad por el solo hecho de nacer son realidades que, gracias a luchas históricas que costaron mucha sangre y revoluciones, logramos superar como humanidad. Hoy entendemos que el poder se confiere y es dinámico, como también hemos aprendido que debe ser balanceado (ejecutivo, legislativo y judicial) para evitar que sus mieles hagan que un falso prócer nos venda promesas a cambio de los derechos que nos han costado siglos defender.

Si esto sucede en los animales, pero también en las comunidades humanas, la pregunta inmediata sería: ¿Cuál es el rol del poder / autoridad en las diferentes dinámicas sociales? Uno de los teóricos que más ha estudiado el rol de la autoridad y del poder en la sociedad es Ronald Heifetz, quien encuentra que la relación entre el poder y los gobernados (contrato social) radica en un contrato de servicios que debe cumplir con tres principales expectativas y servicios.

El primero es la dirección. Este servicio hace referencia a la necesidad que tenemos como sociedad y como individuos de saber hacia dónde vamos, cuáles son los derroteros que tendremos como comunidad y cómo vamos a lograrlo. El segundo es la protección. En el marco de la renuncia de algunas de las libertades que tenemos para acogernos a un contrato social, delegamos la seguridad por lo general traducida en el uso legítimo de la fuerza al Estado, que a cambio deberá garantizar protección y seguridad en los diferentes entornos. Esto también pasa en las organizaciones, dado que el presidente debe garantizar la protección de sus colaboradores y clientes traducida en salarios, políticas de beneficios, bienestar, entre otros. Por último, está el orden, el cual se traduce en los procesos, leyes, normas y dinámicas que garantizan el correcto funcionamiento social.

En un grupo de gorilas, como lo plantea Heifetz, esto se ve en que el macho alfa debe garantizar guiar a la manada para conseguir alimento y agua (dirección), dirimir los conflictos entre miembros de la manada (orden) y organizar y guiarlos para repeler ataques de tigres y otras especies que amenacen la supervivencia de la manada (protección). En el momento que alguno de estos servicios deje de prestarse, la autoridad se verá desafiada por otro miembro de la manada que deberá vencerlo en combate para acceder a los beneficios de ser el alfa; beneficios que traen consigo la obligación de cumplir las expectativas de la autoridad demandadas por la manada.

El liderazgo es totalmente diferente. Es un ejercicio más que una característica de personalidad. Llevamos años enfrascados en discusiones para responder la pregunta sí el líder nace o se hace, y esta pregunta retorica y bizantina nos ha hecho alejarnos de lo realmente importante. Hoy debemos enfocarnos en la capacidad de una colectividad para transformar realidades complejas. En un mundo lleno de desafíos y constantes transformaciones, las respuestas no pueden ser gestionadas desde los antiguos paradigmas de autoridad, en los que las respuestas las tienen seres iluminados y poderosos, y nuestro rol como sociedad es seguir sus directrices sin cuestionamientos ni dubitaciones. Ante un mundo que nos reta a día a día, en el que las dinámicas cada vez son más sistémicas y complejas, se requieren nuevos modelos de gestión que le permitan a las sociedades, organizaciones y ciudadanos de forma colectiva afrontar los profundos desafíos que tenemos como sociedad.

Barack Obama, próximo a finalizar su mandato presidencial y con profundas frustraciones al no poder desde la posición de mayor autoridad y poder el mundo (la presidencia de Estados Unidos) haber logrado y liderado todas las transformaciones que deseaba para su país, planteaba que el rol más importante que tenía cualquier individuo en la sociedad era el de ser ciudadano, dado que esta responsabilidad de ser gestionada de forma estratégica lograba generar transformaciones más grandes que las que cualquier político, empresario o persona de poder pudiera liderar. Si las transformaciones no vienen desde las bases, y no son apropiadas por la ciudadanía, solo se quedarán en eslóganes bonitos y retóricas sin impacto real. Al final, los problemas colectivos son la sumatoria de decisiones individuales, por lo cual se requiere liderar grandes transformaciones no desde individuos, si no desde propósitos que logren inspirar, movilizar y transformar colectivamente los grandes desafíos que tenemos como humanidad.

El liderazgo, más que una figura de poder, es la capacidad de movilizar a la sociedad alrededor de propósitos comunes que nos convoquen y nos inspiren, es la capacidad de distribuir la responsabilidad colectiva en la individualidad de cada ciudadano y lograr entender que ningún político logrará transformar lo que la ciudadanía no sienta en su corazón. El liderazgo empieza en la capacidad de conectar diferentes narrativas alrededor de un propósito y lograr que cada individuo asuma su responsabilidad en la transformación colectiva. El liderazgo depende de la influencia, el propósito y la empatía para lograr gestionar las grandes transformaciones sociales.

La actualidad, muchos de los problemas a los que nos enfrentamos como sociedad son nuevos y totalmente desconocidos, por ende, las soluciones del pasado no pueden ni deben ser calcadas para intentar gestionar el presente. Los retos de la actual coyuntura nos obligan a explorar, iterar e improvisar soluciones nunca antes probadas para aprender sobre el camino.

La gran paradoja del liderazgo es que en los momentos de crisis, cuando más necesitamos de liderazgos colectivos, es cuando más buscamos autoridades individuales. En momentos de crisis y desequilibrio desconocemos la complejidad sistémica del problema al que nos enfrentamos y es ahí cuando más requerimos grandes adaptaciones y renuncias colectivas a lealtades del pasado o tal vez a soluciones que fueron útiles, pero que no lo serán más en un presente cambiante, dinámico, volátil y ambiguo. Pero lo que nos muestra la historia es que sucede todo lo contrario: cuando el miedo asecha buscamos la autoridad para refugiamos en ella y delegarle individualmente una solución que solo puede lograrse de manera colectiva. ¿Por qué nos cuesta tanto cambiar?

Recientemente, se ha venido gestionando una narrativa muy perjudicial, la cual argumenta que las personas no les gusta cambiar. Las personas aman cambiar, pero le temen a las perdidas asociadas frente a las transformaciones. Es por esto que en los momentos críticos, cuando necesitamos renunciar y transformarnos individualmente, es cuando más nos da miedo asumir el trabajo adaptativo y nos refugiamos en figuras de autoridad que nos venden soluciones a crisis que, de no ser gestionadas de forma colectiva, serán simplemente un preludio del fin.

En los momentos de mayor desequilibrio es cuando se requiere un balance entre la autoridad y el liderazgo. La autoridad debe garantizar los servicios básicos, mientras la gestión del liderazgo permite generar exploraciones, innovaciones y transformaciones a los grandes desafíos sociales. La coyuntura del Covid-19 ha demostrado que las mujeres son las que han podido, desde posiciones de autoridad, mezclar de forma mucho más eficiente el balance entre poder y liderazgo. Como lo planteó la revista Forbes, las mujeres por instinto tienen una mayor atención al detalle y al cuidado de la población, por lo cual nos han dado una clase magistral de liderazgo y poder.

Seguramente mientras lee estas líneas vienen a su cabeza Angela Merkel (Primera Ministra de Alemania), Jacinda Arden (Primera ministra de nueva Zelanda), entre otras, quienes han entendido que el reto de la política y del poder empieza por recuperar el concepto de lo público, donde el bienestar social es un trabajo tanto individual como colectivo, pero también quienes nos muestran la necesidad de transformar las narrativas de la autoridad y convertir el poder en un instrumento mucho más cercano a los ciudadanos, que le permita al ciudadano volverse a conectar con un contrato social que lo cuida, lo entiende y se preocupa día a día por su bienestar.

Hoy el reto de cada ciudadano es desarrollar su lado femenino, ese lado empático, amoroso y cuidador que nos permitirá no regresar a una ¨normalidad¨ en la que el 87% de la riqueza en el 2018 se concentró en el 1% de la población o en la que la variable que mayor explica qué tan lejos puede llegar una persona en su vida en términos de movilidad social es su lugar de nacimiento.

¿Para qué demonios sirve la presidencia o cualquier otro tipo de poder?, la respuesta sería para, de forma empática y amorosa (pero sobre todo desde propósitos que nos convoquen colectivamente), liderar las transformaciones que por años teníamos pendientes. De cada lector de esta columna depende que su rol de poder (todos tenemos roles de poder como padres, profesores, jefes, tíos, etc) sirva para liderar transformaciones que permitan construir colectivamente un mundo mucho más justo y equitativo.  Y para usted: ¿Para qué sirve el poder?

 

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