IDEAS

Conceptos filosóficos para gerentes: la causa final

El ejercicio empresarial suele extraviarse en lo más próximo -las causas mecánicas- a costa de ver lo más importante, esto es, las causas finales.

Por Simón Villegas Restrepo*


Al centrarse en la productividad y la producción sin más, esto es, en las causas eficientes o mecánicas de su negocio, las empresas dejan de estudiar y entender las causas finales que les dan su razón de ser en un mercado.

La causa final es el para qué de algo. Así de simple, pero, por lo mismo, así de olvidado en casi todas las explicaciones que hacemos de la naturaleza y la sociedad. Sin embargo, cualquier gerente debería tener claro este concepto para entender bien a sus clientes.

Aristóteles propuso que, para entender algo (como una mesa), había que pensar en sus cuatro causas: la eficiente o mecánica, la final, la material y la formal. Hoy en día solo entendemos la palabra causa en el primer sentido, es decir, como causa eficiente o mecánica. Esta es la causa que explica cómo se produjo algo. Es la causa de la física: la bola se movió sobre la mesa de billar porque el palo la golpeó con tal o cual fuerza. La ciencia moderna ha entendido la Naturaleza como un conjunto de causas mecánicas entre las que no caben las causas finales: todos porqués, ningún para qué.

Pero en el mundo humano, de personas y de cosas, sigue muy relevante pensar en términos de causas finales. Porque el mundo humano es, como lo señalara Immanuel Kant, el mundo de la voluntad y la libertad, es decir, de actuar no solo movido por causas mecánicas, como los impulsos eléctricos del cerebro, sino por causas finales: por razones ulteriores, por los para qué.

En ese sentido, todo cuanto hacemos en el mundo —como los productos de las fábricas— tiene una causa final, no solo una causa mecánica. Ese para qué explica la existencia de las cosas que pueblan nuestra cotidianidad. La mesa que compramos en el almacén de hogar no solo es el resultado de un cierto trabajo sobre la madera, a partir de un diseño específico, sino que existe para responder a un propósito: al del fabricante —que busca la ganancia— y al del comprador, que la busca, por ejemplo, para decorar su sala y recibir a sus invitados.

Solo en función del para qué llega la mesa a ser valorada por el que la compra. Y también a existir: una empresa decide hacer algo para satisfacer ese para qué (que hoy llaman job to-be-done). Sin embargo, una vez tomada la decisión, el quehacer empresarial suele perder de vista la causa final y se centra en la causa mecánica: qué tecnología usar, cómo gestionar los costos, cómo organizar el trabajo necesario, entre otras preguntas relativas exclusivamente a la producción de la mesa. Y entonces se cree, en parte por el sesgo ingenieril que ha dominado la administración, que las compañías deben hacerse expertas en las causas mecánicas y no en las causas finales, es decir, que las primeras no están supeditadas a las segundas. Y así las compañías se encierran en su propio proceso de producción, que es muy diferente de su proceso de mercado (es decir, de valor), que está regido por causas finales.

Al centrarse en la productividad y la producción sin más, esto es, en las causas eficientes o mecánicas de su negocio, las empresas dejan de estudiar y entender las causas finales que les dan su razón de ser en un mercado. Dejan de entender las intenciones profundas de sus clientes, y creen, absortas en su propia producción, que su producto es la única manera de ayudar a cumplir esos propósitos de las personas. Entonces se hacen incapaces de innovar.

Por el contrario, una compañía que privilegia el entendimiento de las causas finales está siempre cerca de su cliente y, por tanto, de su razón de ser. Se rige por este para qué en todo lo demás: no hace mesas porque sepa cómo hacerlas, porque sea experta en la madera y las máquinas, sino porque sabe para qué hacerlas. Y si sabe que puede ayudar de otra forma a ese para qué, no dudará un segundo en hacerlo. O hacer todo lo que complemente el cumplimiento de ese propósito.

Este fragmento de Kant en la Crítica del Juicio habla por sí solo:

«En el ámbito práctico (el del artificio) se encuentra fácilmente tal enlace, como es el caso de la casa que es causa del dinero cobrado por un alquiler, mas también al contrario la representación de ese posible ingreso fue la causa para construir la casa. Tal enlace causal se llama el de las causas finales».

 

*Simón Villegas Restrepo es filosofo de la Universidad del Rosario y usa la filosofía para examinar los sistemas de creencias corporativos que alejan a las empresas del valor.