HISTORIAS
Edward Bok: no era líder, pero lideró
Edward Bok, a punta de fotografías en su revista para mujeres, logró eliminar la basura de las calles a lo largo de todo Estados Unidos. Esta es una historia sobre cómo es posible liderar desde cualquier posición.
Por Andrés Acevedo Niño
Edward Bok estaba asumiendo una función cívica que no le correspondía y para hacerlo estaba aprovechando aquellos ingredientes que tenía a su disposición: la revista, su reputación y su influencia.
Pensar en Edward Bok es, inevitablemente, traer a la mente el arte de lo posible. La suya es la arquetípica historia del sueño americano. Una que relata la llegada de un inmigrante pobre al país de las oportunidades y que termina con la imagen de Edward Bok, una de las principales figuras de la sociedad americana del siglo XX. Es una historia de lectura obligatoria (al respecto recomiendo su autobiografía y este magnífico ensayo sobre la pobreza). Hay, sin embargo, un aspecto de la historia de Edward Bok que no salta inmediatamente a la vista y que permite materializar aquello sobre lo que muy elocuentemente escribía Daniel López en Menos líderes, más liderazgos.
En efecto, la gran limitación del liderazgo actualmente es que es visto como un adjetivo que se reserva a quien detenta una posición de poder. Hablamos mucho de líderes y muy poco de liderar. Un problema que no es menor si se tiene en cuenta que nuestros grandes problemas, como bien ha dicho el profesor de Harvard Ronald Heifetz, son retos adaptativos cuya solución reside en ejercicios colectivos de liderazgo, no en líderes todopoderosos.
Edward, liderando
Durante la mayor parte de su carrera profesional, Edward Bok ocupó el cargo de editor del Ladies Home Journal, la principal revista estadounidense para mujeres. Su gestión llevó a la revista a dejar atrás su humilde origen, en el que era apenas una compañía para las mujeres americanas, a convertirse en una verdadera fuerza que moldeó las vidas de millones de personas. Y aunque el volumen de su circulación es lo suficientemente grande para causar impresión, fue la manera como Bok aprovechó su influencia como editor de la revista lo que hará que su legado perviva.
En sus múltiples viajes por ciudades estadounidenses, Bok comenzó a notar una alarmante falta de limpieza. Muchas veces, los lugares más atractivos —los parques municipales, los centros empresariales y las zonas residenciales— eran opacados por basura y por una generalizada falta de organización. Convencido de que aquel era un verdadero problema, Bok decidió “seleccionar una docena de ciudades, elegir los puntos más críticos que no solo eran una molestia visual y una desgracia municipal, sino también una amenaza a la salud y que, además, significaban una depreciación del valor inmobiliario de la zona” y hacerlos visibles al resto de la nación.
La primera ciudad elegida fue Lynn, en Massachusetts. Hasta allá llegó el fotógrafo enviado por Bok, cuyo objetivo era inmortalizar la suciedad que las autoridades de Lynn habían permitido acumular en sus calles. Con esas fotografías se inauguró la sección de “Ciudades sucias” que empezó a circular en la revista que ya llegaba a millones de hogares en todo el país.
La reacción fue inmediata. “La gente de Lynn protestó, y las autoridades municipales amenazaron con demandar a la revista”, escribe Bok, “según ellos, habíamos sometido a la ciudad a la humillación pública ante toda la nación. Decían que se trataba de un ataque injustificado y de mal gusto. Que cada ciudadano de Lynn debería cancelar su suscripción a la revista”. El ejercicio de liderazgo, bien lo advertía Heifetz, es uno peligroso. Pero la fuerte reacción no fue suficiente para desestabilizar a Bok, que se limitó a señalar las fotografías y enfatizar que aquella suciedad no estaba sujeto a debate: “la cámara no miente”, respondió Bok.
A pesar de la inconformidad de los habitantes de Lynn, el resultado final fue positivo: además de que se acrecentó el orgullo local, y de que se limpiaron aquellas calles impresentables, “las autoridades municipales salieron a cazar otros puntos en la ciudad, pues no sabían si otras fotografías se habían tomado”.
A Lynn le siguió Trenton, en New Jersey, y Wilkes-Barre, en Pennsylvania. Allí la reacción fue similar: escándalo público, censura del Ladies Home Journal de los puestos de revistas. Sin embargo, el resultado último —que ya se volvía una constante— fue la limpieza de la ciudad y el beneficio general de la sociedad.
Para el momento en el que Memphis, Tennessee, cayó bajo la mira de Bok, el sentimiento público de resentimiento había dado paso a una actitud proactiva por parte de los habitantes y de las autoridades. Ya no estaban esperando a que Bok publicara las fotografías y los humillara ante el resto del país; esfuerzos se estaban llevando a cabo para limpiar aquellos puntos de la ciudad y comunicarle a Bok su intención de mejorar las condiciones estéticas de la misma.
Otras ciudades empezaron a seguir el ejemplo de Memphis. Estas, aunque no sabían si hacían parte del “recorrido de la vergüenza” de Bok, tomaron precauciones y empezaron a revisar la limpieza de sus calles y parques. Bok incluso “recibió cartas de varios municipios que le llamaban la atención sobre el hecho de que ya eran conscientes de los puntos de sus ciudades y que ya estaban limpiándolos y pidiéndole que, de tener fotografías sobre ellos, no las publicara”.
Edward Bok, a punta de fotografías en su revista para mujeres, había logrado una campaña de limpieza a lo largo de todo Estados Unidos.
Liderar desde la posición
Si bien es cierto que Edward Bok tenía la gran ventaja de que podía llegar a millones de personas —con quienes por cierto ya había construido una reputación y cuya confianza ya había ganado— no se puede perder de vista el hecho de que la limpieza de las calles no hacía parte precisamente del temario usual de una revista del hogar para mujeres. Edward Bok estaba asumiendo una función cívica que no le correspondía y para hacerlo estaba aprovechando aquellos ingredientes que tenía a su disposición: la revista, su reputación y su influencia.
Bok no solo estaba avanzando una agenda que nada tenía que ver con los objetivos de negocio de la revista, sino que incluso estaban lastimaba las finanzas de la revista. Un trabajador apegado a su manual de funciones probablemente no se habría atrevido a ir más allá de lo esperado de él y mucho menos a molestar a autoridades municipales y suscriptores. Pero Bok no. Bok entendió, desde el principio de su gestión, que había valor en un trabajo bien hecho, pero había mucho más en un trabajo bien hecho que aportara a la construcción de una mejor sociedad.
“El editor promedio está obsesionado con la idea de darle al público lo que quiere, mientras que, de hecho, el público, aunque sabe lo que quiere cuando lo ve, no puede expresar con claridad aquello que quiere, y nunca quiere esa cosa que pide, aunque así lo creyera en el momento”, escribe Bok. Su lealtad estaba con sus suscriptores, no había duda. Pero limitarse, como un mero burócrata, a complacerlos no habría sido suficiente para el inmigrante holandés que estaba cumpliendo el sueño americano.
Esa no fue su única aventura cívica. Aprovechando su influencia, Edward Bok adelantó campañas para proteger las cataratas del Niágara (¡una campaña ambientalista en la primera década del siglo XX!), avanzar la educación sexual (tema controversial para su época), y eliminar la publicidad —en su revista y en las demás— de la pseudomedicina (una industria que facturaba cientos de millones de dólares cada año). Todos estos temas, por supuesto, no entraban dentro del portafolio original del Ladies Home Journal, pero Bok logró darles importancia y situarlos en las mentes de sus lectores. ¿Era Bok el líder de esas causas? No, pero las lideró.
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En su libro The Second Mountain, David Brooks escribe sobre las dos montañas que escalan los seres humanos: la primera es la de la satisfacción personal; la segunda, la del servicio y la contribución. Podríamos decir que Edward Bok realizó ambos ascensos de manera simultánea. No esperó a obtener permiso de nadie para contribuir, ni tampoco esperó a sentirse satisfecho con sus logros personales para extender su impacto a la sociedad.
Las excusas de las que Edward Bok se pudo haber valido son las mismas que muchos todavía esgrimimos cuando nos da miedo trasgredir los límites de nuestro rol: “eso no me corresponde” o “la gente se va a molestar”. Y sí, la gente probablemente se va a molestar. El liderazgo es un ejercicio impopular; a veces hasta peligroso, para volver a citar a Heifetz. Y también es cierto: si seguimos creyendo que este es un asunto de líderes —no de liderazgos— entonces los temas públicos seguirán siendo la pesada carga de unos pocos.
La capacidad de contribuir a lo público no es una que viene con un cargo específico. Es una que se trabaja de manera constante; una que se asume cuando la persona entiende que las dos montañas no implican ascensos independientes, sino que por el contrario pueden integrarse en un mismo esfuerzo. Uno que derive en la satisfacción personal que ineludiblemente le llega a quien aporta a lo público.
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