HISTORIAS
Liderazgo y sociedad responsable
El peligro que significa tratar los retos adaptativos con autoritarismo o, peor, un toque de populismo.
Por Daniel López
En los desafíos adaptativos, tanto el problema como la solución son desconocidas, por lo que se requiere explorar, desaprender, desafiar paradigmas y costumbres para construir nuevas realidades.
Hace unos años, mi hermana estaba en la búsqueda de colegio para sus hijas. Nunca imaginé que esta tarea fuera tan tediosa y desgastante, pero la búsqueda lo valía, ya que era el futuro de sus hijas el que estaba en juego, por lo cual había que buscar una institución que estuviera alineada con los valores, creencias y necesidades que mi hermana buscaba para la crianza de sus hijas.
Por cosas de la vida acompañé a mi hermana y a su esposo a una ‘entrevista’ en una ‘prestigiosa’ institución educativa. Durante la entrevista hubo un momento que llamó mi atención; le pidieron a mi sobrina que dibujara una flor, la cual pintó sin vacilación. Al finalizar, la profesora miró el dibujo y le dijo que eso no era una flor, que las flores se pintaban con un círculo y óvalos que hacían de pétalos, y le mostró la forma ‘correcta’ de pintarla. Días después, le volví a pedir a mi sobrina que pintara una flor, ¿y adivinen qué flor pintó? La forma ‘correcta’ que alguien le había dicho que debía ser una flor. Ese día, el modelo educativo tradicional privó, de tajo, un intento de innovación de una niña que estaba explorando maneras de construir representaciones de la realidad, le dijo que hay verdades absolutas y que la forma en la que ella veía la realidad estaba equivocada.
Fue sólo hasta ese día que empecé a reflexionar sobre los profundos paradigmas que tenemos como sociedad, muchos heredados de nuestro sistema educativo. En el sistema de incentivos y evaluación, en la educación tradicional, el niño más inteligente es el que contesta más rápido, se equivoca menos y tiene las mejores calificaciones a criterio de una persona con la ‘verdad absoluta’ (profesor). Pero la manera en la que el ser humano aprende es totalmente contraria.
El niño aprende a su ritmo, explorando y equivocándose, desarrolla diferentes competencias alrededor de intereses heterogéneos. Claro que se requiere una guía y acompañamiento, pero siempre enmarcado en los ritmos e intereses individuales. Si a Picasso algún profesor le hubiera castigado su tergiversación de la figura y la silueta humana, seguramente no hubiera sido unos de los referentes del Cubismo. ¿Cuántos genios hemos castrado a lo largo de la historia sin darnos cuenta?
Esta realidad se extrapola a nuestros contextos inmediatos y empresariales. ¿Cuántas veces se ha premiado el error en la familia, compañía o comunidad? Le pedimos a la sociedad, a nuestros hijos, y a nuestros colaboradores, que cambien porque el contexto lo requiere, pero castigamos el error cuando se equivocan en la exploración. El error visto como oportunidad es un paradigma muy potente que debemos empezar a inculcar para generar transformaciones a gran escala. Cuando un periodista le preguntó a Thomas Alba Edison, el creador de la bombilla, acerca de las 999 veces que fracasó antes de su descubrimiento, él, de forma muy sabia, contestó, “no fracasé, solo descubrí 999 maneras de cómo no hacer una bombilla”.
Otto Sharmer, famoso profesor y escritor en metodologías para apoyar procesos de gestión de cambio, plantea que el principal error de las organizaciones, o sistemas sociales, es enfrentar los actuales desafíos con fórmulas que fueron exitosas en el pasado, debido a que esas fórmulas respondían a un contexto, modo y lugar específico, pero el mundo de ayer no es el mismo mundo de hoy, y la velocidad a la que se transforma el mundo nos obliga a pensar como sociedad, cuál es la mejor forma de enfrentar y gestionar los desafíos en entornos volátiles, complejos, ambiguos y con alta incertidumbre.
Diferentes estudios médicos han revelado interesantes datos sobre las dificultades de los humanos y la sociedad alrededor de las transformaciones. ¿Por qué nos cuesta tanto cambiar? Muestras representativas de pacientes, que han sufrido un infarto o accidentes cardiovasculares, demuestran que solo uno de siete logra transformar sus hábitos de alimentación, ejercicio, estrés, cigarrillo y demás comportamientos que aumentan la probabilidad de volver a tener un infarto mucho más potente, y perder la vida. La pregunta que surge es ¿por qué los pacientes con deseo infinito de vivir no logran transformarse para mejorar su calidad de vida y disminuir el riesgo de muerte? Según el profesor Heifetz, director del Centro de Liderazgo Público de la Universidad de Harvard, la respuesta se debe a que generalmente desconocemos las pérdidas asociadas a los cambios.
¿Alguien ha devuelto un boleto de lotería ganador porque ese cambio es muy drástico para su vida?, al parecer no, pero en cambio, ¿por qué las transformaciones que muchas veces se intentan liderar en las comunidades, familias y organizaciones, no se logran a la velocidad que se quisiera?, y es precisamente porque muchas veces desconocemos las pérdidas que generamos en las personas, asociadas a los cambios que proponemos, las que generan dificultades para transformarnos, por que como dice el adagio popular: “Más vale malo conocido que bueno por conocer”.
El profesor Heifetz plantea dos tipos de desafíos, técnicos y adaptativos, que requieren aproximaciones diferentes, y es necesario conocerlos y entenderlos para facilitar los procesos de cambio. En el reto técnico, tanto el problema como la solución son conocidas, por lo que el trabajo consiste en articular los conocimientos, herramientas y experiencias en función de la solución. Un ejemplo muy común es un infarto, el problema es conocido, la persona por lo general experimenta dolores en el brazo izquierdo, por lo cual de forma casi inmediata se identifica el problema como un potencial infarto. La solución también es conocida, hay que desplazar de inmediato a la persona a un hospital, para que la intervengan los médicos que por años estudiaron la forma de solucionar ese desafío.
En los desafíos adaptativos, tanto el problema como la solución son desconocidas, por lo que se requiere explorar, desaprender, desafiar paradigmas y costumbres para construir nuevas realidades. El ejemplo más común es el de una manada de gorilas; tienen un macho alfa quien debe dirigir, proteger y mantener ordenada la manada para que funcione como un sistema social. Uno de los desafíos más comunes son los ataques de guepardos, que no son fáciles, pero los gorilas se organizan en formaciones defensivas y rápidamente repelen los ataques.
¿Qué pasa cuando al bosque llega un cazador con un rifle automático?, ¿Qué pasaría si los gorilas se organizan de la misma manera que lo hacen para repeler los guepardos? La respuesta es fácil, morirían. Es un momento de desequilibrio para la manda, quien nunca había enfrentado cazadores; por lo general las respuestas y soluciones se buscan en el líder de turno, en este caso el macho alfa, quien tampoco tiene la respuesta. La solución a este desafío requiere que la manada se retire (romper un paradigma de éxito del pasado alrededor de cómo se organizaban para repeler ataques) y reflexione en la identificación del desafío; lo que en muchos casos no es deseable, ni políticamente correcto, dado que en la comodidad de la zona de confort no solemos aceptar que no sabemos, y que debamos aportar colectivamente a la solución genera altísimo desequilibro en los sistemas sociales.
La dificultad de salir de la zona de confort hace que le tengamos miedo a lo desconocido, a la creación de nuevas realidades, a desprender, a dejar ir lo que nos llevó al éxito, a construir fórmulas que requieren nuevas competencias para un mundo que nos obliga a evolucionar; en palabras de Andrés Oppenheimer, crear o morir.
Esta realidad ha generado que las grandes transformaciones sociales sean lideradas por caudillos y/o políticos, que la mayoría de las veces no ofrecen lo que la sociedad requiere para la superación de sus desafíos, sino lo que las personas quieren oír y representa menos perdidas asociadas para ellos.
Actualmente, Estados Unidos enfrenta algo parecido a lo descrito. El discurso de Donald Trump estaba lleno de promesas populistas, y narrativas que llenaban de tranquilidad el desequilibrio que genera la incertidumbre de un país con profundos desafíos y decisiones que tomar; que, en su gran mayoría, no son políticamente correctas, o por lo menos no es lo que la gente espera oír. El gran desafío de la política de hoy es que las decisiones importantes no dan votos, en cambio las promesas imposibles llenan estadios y movilizan incautos con miedo, que no se atreven a enfrentar su responsabilidad individual en la transformación.
Otro ejemplo es el proceso de paz en Colombia. Los dos bandos estaban llenos de argumentos de por qué sí o por qué no, pero lo que realmente estaba en juego era una lucha de valores sociales y lealtades, una confrontación democrática que nunca dio un debate a la altura de los verdaderos desafíos de Colombia. Por el contrario, fue un proceso sucio de lado y lado, cuyo juego radicaba en culparse entre los del SÍ y los del NO, en una guerra sin fin dejando a un lado la profunda necesidad que tiene nuestro país de la construcción de acuerdos sociales, a partir de la diversidad, que al final es el principio rector de la democracia y el Estado Social de Derecho.
Lo que nos estamos jugando como sociedad no es menor. Es la construcción de un futuro próspero, justo y equitativo para sus ciudadanos, o el regreso a la edad media, donde ‘portadores de la verdad’ en uso de sus poderes ‘legales’ y ‘divinos’, y en contravía de nuestras libertades individuales, tomarán decisiones por todos. Es el momento de asumir nuestra responsabilidad individual en la construcción del país, y no delegar todos los desafíos a los líderes de turno, porque de lo contrario, llegará el día en que el miedo gobierne la percepción colectiva, y ese día habremos perdido las victorias que hemos ganado a lo largo de la historia.
*Este artículo fue originalmente publicado en Profesión Líder 2017. La presente es una versión adaptada para CUMBRE.
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