PERSONAJES

Paciencia, fuerza y valor: tres consejos de una líder huitoto

Moniyago es líder y activista por las comunicaciones y los derechos de la mujer en el pueblo huitoto. Para ella, guiar a su comunidad ha sido un ejercicio de rebeldía y persistencia.

Por Ángela Rivera Urrutia


Imagen: Jorge Tukan

“Éramos muy pocas las que nos parábamos a hablar y hasta hace no mucho los hombres nos callaban”.

Moniyago

Moniyago lleva sangre huitoto, uno de los pueblos que se asientan a lo largo de los ríos Amazonas y Caquetá. Nació en el resguardo Predio Putumayo, uno de los más extensos de Colombia: 5’869.447 hectáreas reconocidas y tituladas durante el gobierno de Virgilio Barco para los pueblos Huitoto, Mirañas, Boras, Andoques, Ocainas, Muinanes y Nonuyas. Su papá es un cacique con carrera ceremonial, “el hijo más rechazado de la sociedad porque le nacieron ocho hijas y si eran mujeres eso no servía para nada”, cuenta.

Y no servían porque el cacicazgo cultural se hereda y sólo pueden hacerlo los hombres. Son ellos los que construyen la chagra, cazan, mambean, reflexionan, hablan. Y son ellas, las mujeres, quienes cocinan, tejen, aconsejan y callan. El hombre habla con el fuego, las mujeres hablan con la cabeza fría y el corazón dulce. Por eso para el hombre están la coca y el tabaco y para la mujer la yuca y la manicuera, la bebida que sale de la yuca dulce. Sin embargo, es la mujer quien transmite la tradición y quien orienta al hombre en las noches. Al otro día, cuando todos hablan, él repite lo que su mujer le susurró al oído.

“Todo tiene su funcionalidad y una complementariedad”, dice Moniyago. “El tabaco representa al hombre que es caliente y fuerte. La coca representa a la mujer que es dulce de pensamiento. La mezcla de los dos hace que usted pueda reflexionar y por eso siempre tienen que ir juntos”, agrega.

Ha sido comisionada nacional de comunicación de los pueblos indígenas y comisionada nacional de comunicación de Macroamazonas, la unión de organizaciones étnicas de Putumayo, Caquetá y Amazonas. Conformó junto a otras mujeres la Comisión Nacional de Comunicación indígena y se ha dedicado a fortalecer el auto-reconocimiento de su origen utilizando la tecnología y el diálogo. Dentro de su comunidad trabaja para disminuir la violencia contra las mujeres y niñas y en ese esfuerzo ha desarrollado varios proyectos para empoderarlas.

Cumbre habló con ella sobre el valor, la paciencia, y la fuerza que hay que tener para ser líder de una comunidad indígena.

 

Valor

El Valor para enfrentar a quienes dicen que no debes o no puedes llegar a donde quieres llegar; el valor para preguntar y para hacerse escuchar.

Un día caminando por la selva, Moniyago le preguntó a su papá: “¿Por qué si el mambe lleva coca y la coca es femenina, las mujeres no podemos mambear? ¿Y por qué si el ambil lleva tabaco y el tabaco es masculino, ustedes sí pueden consumirlo?.

— ¿Y qué le respondió?

—Dijo que era cosa de los orígenes, de la tradición. Pero en verdad esa pregunta no me la han podido resolver— dice Moniyago entre risas.  

Ella cuestiona lo que no entiende y busca espacios desde donde hablar y liderar procesos. Pero a esa posición de líder no llegó fácil. Cuenta que lograr un espacio de reconocimiento en su comunidad dependió de varias cosas: primero, de su crianza. “Mi padre y mi madre siempre nos educaron sin diferencia por ser hombres o mujeres. Mis hermanas y mi mamá siempre hacían “tareas de hombre”, cuenta Moniyago.

“Cuando mi papá no estaba, mi mamá hacía la chagra (huerta). Iba a pescar, que era tarea de hombres. Se subía a los árboles a coger los frutos silvestres, que era tarea de hombres. Cazaba, que era tarea de hombres. Entonces, nosotras crecimos con esa idea de que hombres y mujeres tienen la misma fuerza espiritual”.

 

Paciencia

La paciencia para aceptar los procesos. Para crecer de a pocos, para pulirse, para afinarse.

Aunque en la tradición las mujeres no hacen parte del cacicazgo, sí pueden ejercer un liderazgo político. Al terminar la primaria, la nombraron presidenta de las mujeres de los 22 cabildos y después, se ganó un lugar entre las Asociaciones de Autoridades Tradicionales Indígenas del Amazonas (Aatis). En un principio, no escuchaban sus propuestas porque las mujeres deben quedarse en la casa y cuidar a los hijos. Ella, con la misma rebeldía que ya había demostrado al preguntarle por el mambe a su papá, replicaba:“¿Y por qué los hombres no se quedan en la casa cuidando a los hijos?”.

Trabajando se ganó su lugar. Se enfocó en mezclar tecnología y formas tradicionales de comunicación para fortalecer y visibilizar la cultura indígena dentro de su comunidad y fuera de ella. Cuenta que hace dos generaciones ser indígena era vergonzante. Entre más parecidos a los blancos, mejor. En las escuelas estaba prohibido hablar en la lengua y se satanizaban los rituales ceremoniales. “Se estaba perdiendo la lengua y la cultura”, explica y agrega que “por eso, en esta generación nos estamos enfocando en enseñarles a los jóvenes la lengua y el orgullo de ser indígenas”.

Hasta el año 2000, era la única mujer intentado participar de las mesas interadministrativas en el Amazonas. En el 2008, después de una decisión entre las Aatis, se acordó que debía haber igual representación política entre hombres y mujeres. Dentro de las asamblea se seleccionaban las que iban a participar y para entrar en esa selección debían conocer sobre temas de salud, de educación, de derechos de la mujer o de medio ambiente. Sin embargo, Se nombraban, pero los que tenían la voz eran los hombres”, recuerda Moniyago.  

“Éramos muy pocas las que nos parábamos a hablar y hasta hace no mucho los hombres nos callaban. Desde el 2005, hay más participación de mujeres que pueden ser respetadas, dice. Para ella una mujer indígena necesita paciencia, fuerza y valor para liderar, “porque si no usted puede botar la toalla”, se ríe.


Fuerza

La fuerza para empoderar, para entregar fortaleza desde su posición de poder, para decirle a otros usted también puede. Para hacer que los ojos de esos otros también brillen.

Finalmente, en el 2010, la nombraron Comisionada Nacional de Comunicación de los pueblos indígenas. Se había ganado el espacio y ya tenía organizadas varias escuelas de comunicación en el departamento, donde los jóvenes indígenas estudiaban como en cualquier universidad y a la que el Ministerio de Cultura enviaba profesores.

Conformó, junto a otras mujeres, la Comisión Nacional de Comunicación que también fue una lucha por la equidad frente a la mesa permanente de concertación. Esta mesa es la instancia en donde se negocia de gobierno a gobierno —del indígena al nacional— diferentes temas que tienen que ver con los pueblos y su participación.

En el 2012, fue Comisionada Nacional de Comunicación de Macroamazonas. Paralelamente trabajaba por la participación política de las mujeres y por disminuir la violencia contra ellas en su comunidad. En estos proyectos empoderaba a las indígenas enseñándoles a ser autosuficientes, para que así, no tuvieran que depender económicamente de los hombres.

Empezó con seis mujeres que se encontraban viviendo en casas “casi que de cartón”, explica Moniyago, y que además, eran víctimas de maltrato.

Consiguió con su equipo recursos de País Vasco para mejorar las condiciones de vida de esas mujeres y enseñarles a producir en su propio patio.

Comenzaron por mejorar la infraestructura de las casas porque, dice, para poder cambiar de mentalidad, primero hay que cambiar el entorno en donde se vive.

—¿Y sí mejoró algo en ellas y en sus compañeros?

Las mujeres construyeron su propia casa de ladrillo y solamente con eso, los hombres empezaron a respetarlas y a acompañarlas a las reuniones que hacíamos— dice Moniyago.

—¿A usted qué la motiva para seguir adelante, para no tirar la toalla?

La impotencia de ver qué hay abusos y no pasa nada. Luego la necesidad de hacer que pase.

Moniyago está próxima a comenzar un nuevo proyecto que llevó a su territorio. Es un programa de ONU Mujeres:  Empoderamiento y revalorización del rol de la mujer indígena de los 22 cabildos del corregimiento de la Chorrera. Alrededor de esta iniciativa tiene expectativas de formar y concientizar a las mujeres sobre su rol dentro de la comunidad. Como mujeres y como líderes.

Paciencia, fuerza y valor para luchar constantemente por los espacios y lograr los cambios que busca. Paciencia fuerza y valor para hablar en donde no la quieren escuchar. Paciencia, fuerza y valor para decir: aquí estoy yo y voy a seguir así ustedes no quieran.

 

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