EQUILIBRIO
Para la innovación, dormir no es negociable
Suficiente se sabe sobre la ciencia del sueño como para insistir en el paradigma errado del trabajador que no se cansa ni descansa.
Por Estefanía Jaramillo Duarte*
Los párpados pesados son una carga que se lleva con orgullo como una muestra de tenacidad. ¿Ha dado resultados? No, ninguno. Es más, esta falsa idea nos ha convertido en la única especie que, por ninguna razón objetiva, se priva a sí misma del sueño.
Cuando la peste del insomnio llegó a Macondo nadie se alarmó. Por el contrario, sus habitantes se alegraron de no dormir. José Arcadio Buendía dijo que sería algo bueno: si las personas no dormían, rendiría más la vida en un pueblo tan ocupado. La única persona que se percató de sus peligros fue Visitación, que advirtió en vano sobre lo más temible de la enfermedad: ‘’su inexorable evolución hacia una manifestación más crítica: el olvido’’. La premonición se cumplió. A los pocos días de su llegada, los habitantes de Macondo se vieron obligados a poner letreros en los objetos para recordar su nombre y para qué servían. Se habían sumergido en una ‘’especie de idiotez sin pasado’’.
La situación relatada en Cien Años de Soledad es más realidad que ficción. Solo en los Estados Unidos 70 millones de personas han reportado sufrir de insomnio, cuyas pérdidas anuales se estiman en 63 billones de dólares. Matthew Walker, experto en neurociencia de los sueños, afirma que la privación del sueño se ha convertido en una epidemia global, que hace perder al menos 11 días activos al año y genera costos de alrededor de 2% del PIB en los países de renta alta.
Las cifras son, en todo caso, menos llamativas que las tragedias que la falta de sueño ha ocasionado: la de Bhopal en la India; el accidente de Chernóbil; o el encallamiento del crucero Star Princess (Valdez Altevogt, B. M., & Colten, H. R., 2006). No obstante, ocurre lo mismo que en Macondo: la peste avanza sin que nadie se alarme. ¿Por qué no se hace nada para prevenirla?
Los párpados pesados son una carga que se lleva con orgullo como una muestra de tenacidad. ¿Ha dado resultados? No, ninguno. Es más, esta falsa idea nos ha convertido en la única especie que, por ninguna razón objetiva, se priva a sí misma del sueño.
El origen del absurdo reside en la ignorancia de lo que ocurre mientras dormimos. Como en Cien Años de Soledad, hay un efecto invisible pero altamente nocivo de la privación del sueño: el fin de la memoria. Privarse del sueño desconecta aprendizajes pasados, presentes y futuros, convirtiéndonos en zombies sin capacidad de innovación. Por eso, para preservar nuestra capacidad creativa es necesario desmontar la idea del sueño como tiempo muerto y entender que dormir es, en verdad, el clímax de la actividad cerebral. En él ocurren tres procesos fundamentales: la regulación emocional y física, la eliminación de toxinas, y la consolidación de la memoria.
Comencemos con la regulación. Dormir nos hace más resistentes y menos impulsivos. Permite, por un lado, fortalecer el sistema inmune y, por el otro, regular nuestra respuesta emocional a los estímulos del entorno. En el primer caso, obtener menos de cinco horas de sueño reduce a la mitad la respuesta de anticuerpos e incrementa en un 400% la probabilidad de contraer gripe. Además, se ha demostrado que aumenta la inflamación crónica y el riesgo de padecer enfermedades mentales. Así lo determinó el US National Library of Medicine (2018) al demostrar que causa desorientación temporal, alucinaciones y desórdenes mentales (The Nation, 2021).
Lo anterior se conecta con la regulación emocional. Existe una estructura profunda en el cerebro llamada la amígdala, zona clave en la que se originan respuestas emocionales fuertes (Walker, 2019). Es la antítesis de la corteza prefrontal, asociada a la racionalidad y la toma de decisiones. Durante el sueño se fortalece la corteza prefrontal y se regula la amígdala, logrando un balance óptimo y necesario entre ambas regiones cerebrales. Por eso, no dormir nos puede volver coléricos: la amígdala se vuelve hasta un 60% más reactiva y amplía el espectro de emociones, empujándolas a los extremos. Esta situación induce a una ruleta rusa anímica, marcada por la impulsividad y la fijación hacia las recompensas, lo que hace de la falta de sueño una entorpecedora de la toma de decisiones efectivas.
En segundo lugar, dormir es un proceso de lavado profundo. Las etapas tres y cuatro del sueño son momentos de restauración, en los cuales las imágenes conocidas como sueños están ausentes. En dicho periodo, el líquido cefalorraquídeo se libera y hace las veces de fluido limpiador: enjuaga y elimina las toxinas que se acumulan mientras estamos despiertos (Lewis, 2015).
Su principal blanco es la beta amiloidea, una proteína acumulada a lo largo de la vida y responsable de causar demencia y alzheimer. Esta no sólo mata células cerebrales sino que degenera gradualmente la corteza cerebral. Las toxinas se acumulan como placas y reducen el espacio para la asimilación de nuevos aprendizajes, asfixiando nuestra mente. No es exagerado afirmar que faltar a nuestra cita con la almohada es llenar la cabeza de veneno.
Por último, la falta de sueño impide tejer los recuerdos al obstruir el flujo de información entre la memoria de corto y largo plazo. Curiosamente, esta es la función más afectada al no dormir suficiente, pues sucede en las ultimas horas de una noche de sueño (Williams, 2021); las mismas de las que dispensamos cuando, creemos, no tenemos tiempo para dormir.
En el proceso de pernoctar, lo mejor viene al final. En las últimas horas de descanso se revelan la magia de las imágenes de los sueños, estrellas por excelencia de la noche. Los sueños son una fiesta para las neuronas, que se juntan para hacer de las suyas: vibran al unísono y tienen explosiones de creatividad, conectando de manera aleatoria experiencias y recuerdos. Para dichas asociaciones no hay limites que valgan, lo que permite que la magia creativa ocurra.
Si la colisión colorida de las neuronas es la fiesta, la antesala es una salida al cine. Antes de soñar, el cerebro proyecta nuestros recuerdos del día, con la diferencia de que la velocidad es veinte veces mayor que la de una película convencional. Esto le permite dibujar el trazo de la memoria, guardar la información aprendida y codificar los recuerdos en la medida en que los reproduce. Por eso, no es extraño que la privación del sueño desdibuje el pasado y vacíe el baúl de los recuerdos: nos hace un 40% menos capaces de conectar información para convertirla en memoria.
La fiesta de los sueños es, en palabras de Arianna Huffington, un momento de actividad frenética: el cerebro se vuelve caótico y aleatorio, al punto que algunas de sus zonas son 30% más activas que cuando está despierto. Matthew Walker lo cataloga como un momento especial porque en él sucede la alquimia de la información.
Esta etapa prueba que dormir es la cuna de la originalidad. La fiesta de los sueños crea las conexiones más excéntricas entre elementos que de otra forma jamás hubiéramos pensado. En la extravagancia está medido su valor. No es casualidad que la Sonata de Tartini haya sido inspirada en un sueño del diablo tocando el arpa. O que el descubrimiento de la estructura química del benceno haya sido atribuida a un sueño por parte del premio nobel Friedrich Kekulé, que vio a una serpiente mordiéndose la cola.
Dormir, además de ser un acto unificador de aprendizajes, engendra la perspicacia para inventar nuevas realidades. Por eso, superar la peste del insomnio pasará por entender que el agotamiento no es motivo de ovaciones y aplausos. Lo contrario será condenarnos, -como en Cien Años de Soledad- a vivir en una realidad escurridiza, pues si la privación del sueño mata la originalidad, no hace lo propio con las tareas repetitivas y estériles. En el mundo de los trasnochados, la única interacción posible será la de repetir lo que ya está. Será, en pocas palabras, un adiós rotundo a la innovación.
*Estefanía Jaramillo Duarte es profesional en gobierno y relaciones internacionales de la Universidad Externado de Colombia. Es colaboradora de CUMBRE y se desempeña en el sector público internacional.
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