PERSONAJES

Patricia Vélez: el arte de la simplicidad

Una mirada al arte de la simplicidad aplicado a los negocios.

Por Andrés Acevedo N.


“Yo creo que la simplicidad viene desde el pensamiento. De organizar las ideas en cajitas internas que uno tiene en la cabeza y priorizarlas.”

Patricia Vélez

Patricia Vélez hace parte del pequeño grupo de personas que han tenido que enfrentar la amenaza de un motín antes de cumplir veinte años. Le sucedió cuando apenas tenía diecinueve y acababa de ser nombrada gerente de una pequeña sucursal bancaria. “El secretario llevaba 10 años trabajando en ese banco”, recuerda Patricia, “y cuando yo llegué, él no me podía ni ver. Le parecía que yo era un payaso en el puesto”.

El secretario del banco era el segundo en la jerarquía después de Patricia, a quien veía como una niña poco preparada. No solo no reconocía su autoridad, sino que —para terminar de empeorar la cosa— predispuso a los demás trabajadores en contra de la jefa prematura. “Yo prácticamente sentí que me hicieron bullying”, dice Patricia. Los empleados no la saludaban y su presencia pasaba desapercibida por ellos que parecían decididos a “que la operación siguiera sin tenerme en cuenta”.

El motín ya se había desplegado. A Patricia solo le quedaba decidir el plan a seguir para restaurar el orden en ese barco.

 

Una solución simple

“No se hacen buenos marineros en mares calmos” escribe el filósofo José Antonio Marina y bien podría haber estado pensando en Patricia Vélez y su primera experiencia laboral. Y es que su debut como trabajadora había sido, a la vez, su debut como jefa. Quedaba la pregunta de si  aquel sería también su debut como líder. El mar estaba picado y las condiciones estaban puestas para hacer de Patricia una excelente marinera o, todo lo contrario, para confirmarle que a sus diecinueve años no le correspondía liderar una pequeña oficina.

De la reacción de Patricia al motín dependía su futuro, y sus subalternos lo sabían. Debía escoger bien su siguiente paso. Una elección que no era evidente toda vez que tenía varias cartas en la baraja. Podía, por ejemplo, jugar la carta de la autoridad y amenazar con despedirlos si persistían en su rebeldía; o podía optar por una estrategia más cautelosa y aliarse con algunos empleados claves para intentar desestabilizar la rebelión desde adentro. Esas estrategias, sin embargo, le parecían poco afines con su personalidad. Y es que lo que la había llevado a gerenciar una sucursal bancaria a tan corta edad era su energía, entusiasmo, y su capacidad —probada durante varios años de emprendimientos en el colegio y la universidad— de vender lo que fuera. Se decidió, pues, por una solución menos complicada —pero no por ello menos retadora—: ganarse el respeto de sus trabajadores a punta de resultados.

Empezó a visitar potenciales clientes buscando que abrieran cuentas en la naciente sucursal. “Me veían con muchas ganas”, dice Patricia, “y yo creo que ese fue el elemento diferencial”. Fichó cliente tras cliente. Había salido en busca de clientes y había regresado con resultados importantes. El efecto de eso fue que dentro del banco “me dejaron de ver como una niña a la que le dieron una oportunidad, y me empezaron a reconocer como una persona que se merecía ese trabajo”.

La solución fue simple pero efectiva. El motín se disolvió. La predilección de Patricia Vélez por la simplicidad acababa de nacer. Y no se trataba de una predilección por el camino fácil: simple no es sinónimo de fácil. Fácil habría sido despedir a los empleados revoltosos. La simplicidad, en realidad, implica un esfuerzo por hacer las cosas tan sencillas como sea posible, pero no más de lo que es necesario.

 

Monstruos que domar

A Patricia Velez el arte de la simplicidad no solo le ha servido para superar los peores motines; también para domar aquellos monstruos que parecen imposibles de controlar. En su caso el monstruo eran las complejas finanzas que no lograba entender. Nunca fue eso más claro que cuando tuvo que enfrentar las finanzas de la empresa de concesionarios de automóviles que estaba gerenciando. Aunque los balances y presupuestos no eran más que papeles inertes —muy diferentes a un rabioso marinero—, la sensación que generaban en Patricia era similar a aquella que había sentido unos años antes con la insurrección de sus empleados.

Nada lograría ignorando la existencia del monstruo. Todo el que ha intentado esconder un monstruo (tenga este el nombre de logística, aspectos legales, finanzas, u otro) debajo del tapete, ha visto cómo el monstruo crece silenciosamente hasta que termina por abarcar la casa entera y tornar la vida en ella imposible.  Patricia tenía que comprender las finanzas para poder tomar decisiones informadas. Necesitaba, inevitablemente, domar su monstruo.

Recordó entonces un consejo que le había dado su padre. “Él me decía siempre que los negocios se debían manejar como una tienda de barrio. Que llevara todo a la simplicidad”.

Patricia cogió el monstruo por el cuello y lo redujo a su mínima expresión. O mejor, a su expresión más simple: la de una tienda de barrio. “Las cuentas de tienda son muy sencillas, ¿cuánto tengo y cuánto debo?” dice Patricia. Era una mentalidad pragmática que se resumía en una palabra: “Simple. Llevar todo a lo simple”.

Patricia estaba haciendo nada muy diferente de aplicar lo que John Maeda llamó la ley número uno de la simplicidad: “la manera más simple de lograr la simplicidad es a través de la reducción consciente”.

 

Un simple stand 

Cuando uno ve fotos del primer stand de Ambiente Gourmet, es difícil creer que de allí —una pequeña estructura de madera de menos de dos metros de ancho— surgió una empresa que hoy cuenta con más de cincuenta tiendas. A pesar de su sencillez, no sería justo catalogar aquel stand de madera como simplón. En él, cada centímetro de madera sirve una función. Es estéticamente agradable, a la vez que es funcional. Es una materialización de aquella frase que atribuyen a Einstein: “todo debería hacerse tan simple como sea posible, pero no más simple que eso”. Todo debe hacerse simple, mas no simplón.

La frase es importante. Sobre todo por su enunciado final: nada debe hacerse más simple de lo que es necesario. Cuando Patricia Vélez le presentó al mundo su stand simple en el que exhibía accesorios y utensilios de cocina, estaba en realidad presentando el fruto de un gran esfuerzo. No solo había empleado mucha energía y tiempo en diseñar la marca precisa, conectar con los proveedores adecuados, sino que además se tomo el tiempo —y asumió la tarea titánica— de conocer personalmente a sus potenciales clientes. Una por una.  “Cogí dos maletas de lo que consideré era la colección y entrevisté a todas las amigas de mi madre”, dice Patricia. “Creo que hice doscientas cincuenta entrevistas y las tabulé. De ahí salió mi primer pedido y creo que ha sido el más acertado de mi vida”.

Así empezó Patricia, con 150 referencias y un pequeño stand. Hoy maneja más de 10 mil referencias en más de 50 tiendas, pero no ha perdido el principio rector de la simplicidad, que se puede aplicar a los negocios pero que proviene de la cabeza: “Yo creo que la simplicidad viene desde el pensamiento. De organizar las ideas en cajitas internas que uno tiene en la cabeza y priorizarlas”, dice Patricia.

 

Ideas para contemplar

  • Simplicidad es, entre otras cosas, reducir los monstruos a la mínima expresión viable.
  • “Todo debería hacerse tan simple como sea posible, pero no más simple que eso”.
  • Las situaciones complejas traen la tentación de atacarlas con estrategias complejas. Sin embargo, las más de las veces, una solución simple —no simplona— cumple efectivamente con el cometido.

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