EQUILIBRIO

Retornar a la filosofía: un mandato poco acatado por los líderes

Tres prácticas filosóficas para evitar acabar con su equipo o conducirlo al destino equivocado.

Por Andrés Acevedo Niño*


Las preguntas que nos planteamos delimitan el campo de acción. ¿Qué tipo de preguntas solemos hacer? Dicotómicas. Binarias. ¿Quién tuvo la culpa, este o aquel?, ¿Cuál estrategia conviene, A o B? La clave –y la enseñanza de la filosofía– es mejorar las preguntas. Enriquecerlas de tal manera que se amplíen las posibilidades.

La filosofía se ha ganado, para cierto sector de la población, una fama desafortunada. Pregúntenle a ese empresario que admiran sobre su opinión de la filosofía y es probable que salte a descalificarla como una ocupación inútil que no crea riqueza ni empleo. Una afición reservada para intelectuales que no guarda relación con el mundo real.

Algo de razón tiene: la filosofía suele evocar la imagen mental de un profesor universitario que viste suéteres cuello de tortuga y que ha explorado las preguntas más profundas de la obra de Nietzche, pero que no puede aplicar su vasto conocimiento en la vida real – excepto, tal vez, en una comida con sus amigos intelectuales.

Cuando se piensa en esos términos, la filosofía parecería servirle solo para una minoría que reconoce el valor intrínseco del conocimiento.

¿Qué hay, entonces, del resto de nosotros? ¿Debemos aceptar que la filosofía simplemente no jugará papel alguno en nuestras vidas?

 

El retorno de la filosofía

Esta aparente incompatibilidad entre vivir y filosofar ha sido advertida por el autor Ryan Holiday. “Muy pocas personas se despiertan y piensan ‘necesito filosofía en mi vida’” escribe Holiday, que considera que se trata de una visión errónea; la filosofía, asegura Holiday, es necesaria para vivir – por lo menos para vivir mejor. Y va más allá, asegura que esa es la verdadera razón de ser de la filosofía: enseñarnos a llevar vidas más valiosas.

Miles de años atrás Epicuro dijo algo similar: “En vano es la palabra del filósofo que no busca curar el sufrimiento del hombre”. Thoreau, por su parte, consideró que “ser un filósofo no es meramente tener pensamientos sutiles, ni siquiera fundar una escuela de pensamiento, es resolver problemas de la vida, no sólo teóricamente, sino de manera práctica”.

Tanto Epicuro como Thoreau perderían el aliento ante la idea de que la filosofía ha quedado rezagada. Atrapada en la academia y en círculos intelectuales sin poder servir su verdadera razón de ser: servir al ciudadano común. Afortunadamente ese panorama parece estar cambiando. La filosofía parece estar retornando y los ciudadanos, a su vez, parecen estar retornando a ella; encontrando refugio en sabiduría que durante siglos ha esperado a ser desempolvada.

Una de esas corrientes filosóficas que ha cogido fuerza en los últimos años es la filosofía estoica. El estoicismo, escribe Holiday, “no se ocupa de complicadas teorías sobre cómo funciona el mundo, sino de ayudarnos a superar emociones destructivas y a actuar sobre lo que podemos controlar”.

El estoicismo ha sido un verdadero sistema operativo –una filosofía para liderar sus vidas– para cientos de personajes célebres a lo largo de la historia. Entre ellos figuran el emperador romano Marco Aurelio, el negociante y escritor Seneca (tutor del infame emperador Neron), y el presidente de los Estados Unidos Theodore Roosevelt. Y aunque la cúspide de su popularidad ocurrió en tiempos de romanos, en la actualidad el estoicismo ha permeado círculos de deportistas de alto rendimiento, emprendedores y artistas musicales.

Mucho se puede especular sobre las razones del resurgimiento del estoicismo – tal vez su reciente popularidad tiene que ver con el hecho de que enseña sobre el manejo de la ira, y vivimos en tiempos de irascibilidad; o tal vez tiene que ver con que se asocia estoicismo con mantenerse indemne frente a las decepciones, dolores y tragedias que parecen dominar nuestras vidas actuales (o por lo menos los titulares de las noticias que vemos). Cualquiera que sea la razón, lo cierto es que el retorno del estoicismo es una realidad y una prueba de que cada vez más personas encuentran valor en la filosofía aplicada a la vida cotidiana.

Una de esas personas es Camilo Vásquez, hoy profesor de filosofía, pero que mucho antes de asumir esa posición era indiferente ante ella. Y es que Vásquez tuvo que sufrir un despecho amoroso para comenzar a interesarse por la filosofía. “Los dolores emocionales te llevan a cuestionarte muchas cosas. La tristeza tiene cierta inteligencia que nos hace mirar hacia adentro” dice el ahora profesor.

En ese camino de introspección –en esa mirada hacia adentro– Vásquez se topó con la filosofía aplicada a la vida cotidiana. Al estudiar las diferentes corrientes filosóficas advirtió un hecho fundamental: “Tanto las corrientes de occidente como las de oriente, aparentemente separadas por el tiempo y la distancia, terminan siendo supremamente parecidas – tienen las mismas concepciones y postulados”. Sorprendido por la inesperada similitud, arribó a la conclusión que milenios atrás había articulado Epicuro: la esencia de la filosofía no es otra que curar el sufrimiento del ser humano.

La filosofía, sabían los estoicos y Epicuro, es una herramienta para que los seres humanos se lideren a sí mismos.

En el esfuerzo por liderar equipos vale la pena tener en cuenta tres prácticas filosóficas que, aunque no aseguran mejores resultados, si prometen un proceso de liderazgo más humano y satisfactorio.

 

Las emociones no se suprimen, se gestionan

“Somos seres emocionales que reaccionamos a partir de la emoción” dice Camilo Vásquez y sugiere un ejemplo de su propia cotidianeidad: “Voy manejando y ‘este’ se me atravesó entonces me enojo y le pito. ¿Qué hay en mí que hace que me enoje? Una cosa que se llama ego. No es el hecho de que casi me choca, es una cosa que se llama ego porque ‘este’ se me atravesó. Cuando yo identifico ese ego y reconozco que hay unos disparadores de ese ego, logro algo: que la próxima vez que se me atraviese puede que me de rabia, pero voy a entender que detrás de esa rabia hay una cosa que no vale la pena”.

Cuando la rabia se apodera de nosotros, solemos sentirnos culpables. Tal vez avergonzados. ¿Somos, acaso, malas personas por estos sentimientos que no podemos controlar?

Una evaluación más detenida sugiere una explicación diferente: no deberíamos preocuparnos tanto por la emoción que sentimos, sino por la manera como reaccionamos. En palabras de Vásquez, “las emociones que nos estén invadiendo son naturales, tienen que estar; yo no las puedo suprimir”.

Los estoicos dicen que las emociones hacen parte de esa esfera que se encuentra fuera de nuestro control. ¿Puedo evitar sentir la ira? La respuesta estoica es que no. ¿Pero si no se pueden suprimir las emociones, qué hacer entonces? La alternativa, dice Vásquez, es gestionarlas. Ahí entra la filosofía: para gestionar las emociones hace falta cuestionarlas. O mejor cuestionarse sobre ellas. Se trata, según Vásquez, de “abstraerse de la situación y empezar a cuestionarse.  Ese es el eje de la filosofía: hacerse preguntas”.

Este poder de abstraerse de las situaciones da en el punto con uno de los principales postulados del estoicismo y se resume en esta frase de Epicteto: “Los hombres no se perturban por las cosas, sino por la opinión que tienen de estas”.  La sabiduría del estoicismo se centra en reconocer que inevitablemente a todo ser humano le pasaran cosas indeseadas. Ningún grado de pensamiento positivo va a evitar que la empresa se quiebre, que el esposo sea infiel o que un conductor imprudente se atraviese en el camino. Esas son, simplemente, cosas que no se pueden controlar.

“La tarea principal en la vida es simplemente esta: identificar y separar los asuntos de manera que pueda decirme claramente a mí mismo cuales son externos y fuera de mi control, y cuales tienen que ver con las elecciones que verdaderamente controlo” escribió Epicteto. En el ejemplo del conductor imprudente que se atraviesa, vale la pena reemplazar la reacción natural por la fórmula filosófica: se atraviesa el carro, me molesto, me cuestiono ‘¿por qué tan molesto?’ ‘¿de qué lugar nace la molestia?’ y luego sigo mi camino.

El objetivo no es no estresarse; todos somos presa de las emociones o, como el mismo Vásquez admite, “no soy de piedra”. El objetivo es tener “capacidad de decir: ‘Listo me está generando estrés’, me cuestiono, ¿vale la pena que me genere estrés? ¿debo estresarme por eso?”.

 

Son las preguntas, no las respuestas

Nuestra intención natural cuando nos enfrentamos a un gran reto –ya sea que se trate de liderar un equipo, ascender en nuestras carreras, o trabajar en mejorar una relación personal– es buscar la respuesta correcta, la estrategia precisa, y luego ejecutarla. El problema es que pocas veces examinamos la pregunta que nos estamos planteando. Este es otro gran aprendizaje que la filosofía le ha dejado a Camilo Vásquez: “me he dado cuenta de que no se trata de tener respuestas necesariamente, sino de aprender a hacerme las preguntas adecuadas”.

Las preguntas que nos planteamos delimitan el campo de acción. ¿Qué tipo de preguntas solemos hacer? Dicotómicas. Binarias. ¿Quién tuvo la culpa, este o aquel?, ¿Cuál estrategia conviene, A o B? La clave –y la enseñanza de la filosofía– es mejorar las preguntas. Enriquecerlas de tal manera que se amplíen las posibilidades.

Muchos líderes, cuando sus estrategias fracasan, examinan qué salió mal en la ejecución. Pocos se preguntan si pudo tratarse de que estaban intentando responder la pregunta incorrecta.

 

Empatía

El principal aprendizaje que tuvo Camilo Vásquez desde que conoció la filosofía tiene que ver con la importancia de “mirar hacia adentro”. Se trata, en últimas, de rendir homenaje a la famosa máxima de Sócrates: “Una vida sin examen no vale la pena ser vivida”. Y aunque es un esfuerzo que produce dolor –“bien o mal estamos hechos de sombras, de ruinas”, dice Vásquez–, “cuando tenemos la capacidad de vernos al espejo y reconocer que estamos mal, que no tenemos la vida resuelta, que tenemos cosas por mejorar” podemos acceder a la mayor recompensa de todas: “comprender las realidades humanas de los otros”.

Mirarse hacia adentro es, para Vásquez, un verdadero requisito para ejercer liderazgo. “El principal liderazgo es liderarme a mí mismo. Tengo que ser dueño de mis emociones, esa es mi principal responsabilidad.”. Cuando uno hace eso, se cuestiona, se conoce y aprende a gestionar sus emociones, sucede algo interesante: de repente, ahora es más fácil entender a los otros. Imaginar lo que están viviendo, sufriendo y pensando. Es decir, “mirar hacia adentro” termina siendo un paso previo para desarrollar empatía.

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Puede que estemos convencidos de que estamos haciendo bien las cosas. “Poniendo todo lo que somos en lo mínimo que hacemos”, como escribió Pessoa. Liderando con éxito a aquellos que buscamos llevar a un mejor destino. Incluso, puede que una mirada exterior dé fe de que así es – nuestros logros hablan por nosotros y reflejan nuestra ética de trabajo, creatividad y generosidad. Sin embargo, existe la posibilidad (y es alta) de que tanto afán y tanto trabajo nos estén llevando a un puerto al que no deseamos arribar y que, además, estemos dañando a otros en el viaje.

Para que eso no suceda vale la pena volver a la filosofía. Sacarla de las aulas universitarias y usarla. Cuestionar las emociones para gestionarlas. Plantearnos la posibilidad de que estemos persiguiendo sueños no examinados o estrategias que resuelven preguntas insuficientes. Conocernos para poder reconocer la realidad de nuestro socio, equipo o pareja.

“Es sencillo” escribe Ryan Holiday, “pare de trabajar por un segundo y refine.”. Refine el método o la dirección. Detenga el tiempo; en vez de malgastarlo en afanes inútiles. “Presione los frenos. Y retorne a la filosofía.”.

 

*Andrés Acevedo Niño es cofundador de 13% Pasión por el trabajo, el principal podcast en español sobre satisfacción en el trabajo y carrera profesional.

 

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